bio

soy una escritora, tallerista y programadora (en formación) con una inclinación incómoda hacia la nostalgia. inquieta por naturaleza, siempre estoy buscando proyectos creativos de los que pueda participar. mis principales intereses son la poesía, la literatura digital, y la escritura ensayística, pero también tengo experiencia con la narrativa, el collage, la traducción, y la edición literaria, entre otros campos y medios. he publicado muchas de mis obras en formato de fanzine, tanto en inglés como en español, y mi primer poemario de habla hispana "pena vanidosa de un cuerpo fluorescente" está actualmente en proceso para ser publicado por la editorial calabaza del diablo.

mi trabajo (muestras)

  1. poesía
  2. ensayos
  3. obras digitales
  4. otros

poesía


rojo

     Las flores muertas

   las rodillas rasmilladas

 el vestido quemado

 la gracia estúpida

 de todo aquello

   que nunca

 pudimos prevenir.

  tragando girasoles,

el viento teñido de rojo,

 y jamás levantando la mirada

    entendimos

                    por fin

la cartografía

de la pérdida

ensayos

(fragmentos)

(...) La implementación de medios como el video, el sonido, la imagen y la animación dan paso además a una libertad del autor para experimentar en su proceso creativo, dado que las “connotaciones” (refiriéndonos con este término a las ramificaciones asociativas o constelaciones del objeto) de los fragmentos no están limitadas por una necesidad imperativa de relaciones lingüísticas o narrativas entre uno y otro; los medios no-textuales tienen su propio código o lenguaje, completamente diferente al verbal pero igualmente apto para entregar información, ambientar, o enfatizar aspectos relevantes del texto. Los dialectos no-verbales comúnmente se manifiestan de forma subtextual, lo cual permite a la obra evocar sensaciones e ideas sin necesidad de explicitarlas, o en su defecto, de hacer hincapié en algo importante sin caer en la redundancia. Ask me for the moon de John David Zuern, obra incluida en Electronic Literature Collection Vol. 3, utiliza texto, imagen, sonido y movimiento. Los versos aparecen y se desvanecen cuando otro toma su lugar, así como también un paisaje se va completando y modificando con el paso de cada línea.

Los versos “love’s dark double/sleep’s unsettled twin” aparecen a la vez que la imagen se va a negro, dejando un televisor solitario en medio de la pantalla, lo cual se relaciona de manera directa con los versos que lo preceden, no obstante, esto no tiene el mismo efecto que tendría si se tratase de, por ejemplo, un fotolibro con una técnica similar; aquí los recursos que se emplean son explotados para crear una ambientación particular - semi-onírica, melancólica - que se da especialmente con la animación. Las transiciones entre un verso y otro son rápidas, pero sutiles, suaves, lo que le da al poema un aire de algo que bordea en la tristeza. La paleta seleccionada consta mayoritariamente blanco y negro, con algunos detalles de color, y tiene un bajo contraste; elementos como éstos son tan relevantes como lo narrado, ya que funcionan como palafitos que sostienen al texto. En este caso los recursos digitales sirven mayoritariamente para establecer el tono de la obra en su totalidad, y lo hacen casi por completo a través de la imagen, el color y nuestra percepción del movimiento.

Para navegar un texto que involucra elementos audiovisuales (incluyendo dentro de esta definición la animación, sea interactiva o no) es necesaria una disposición diferente que tome en cuenta el punto anterior, como lo explica Stephanie Strickland en Born Digital: “reading e-lit requires taking an aesthetic attitude toward the textscape as an object that stimulates the senses. . .”. Si bien no siempre ocurre de manera consciente, está implícito dentro del texto que video, animación, imagen y sonido cumplen una función específica y no son netamente añadiduras estéticas sin otro propósito que embellecer el texto. La mayor parte de las obras que incluyen estos elementos los implementan con el fin de dar al texto un carácter interactivo, inclusive si éste se genera a partir de elementos sencillos como links; el usuario debe tener en consideración su rol dentro de la obra, y adquirir un entendimiento de su lógica interna para poder explorarla. (...).


(...) El propósito del presente ensayo es analizar la construcción identitaria de la población latinoamericana como reacción a sus circunstancias en base a un tema que, a simple vista, puede parecer alejado de lo que hemos discutido, pero que es un reflejo claro de estas condiciones sociales: la literatura.

Esta labor es compleja, dado que unificar en su totalidad a la literatura hispanoamericana es tan difícil como definir la identidad latina en sí. No obstante, existen patrones dentro de esta rama de la literatura que evidencian ciertos rasgos que pueden ayudarnos a confeccionar una descripción coherente de lo que podría llamarse nuestra identidad territorial.

Encontramos un denominador común que prevalece dentro de la novela y el cuento en Latinoamérica en la estética narrativa de estos textos: gran parte de los textos más emblemáticos de habla hispana recurren a una voz, un estilo de narración experimental y por lo general fragmentado que muchas veces puede sentirse incluso laberíntico. Un ejemplo claro es Rayuela de Cortázar, con su modalidad de lectura lúdica y desordenada, pero también podemos pensar en el vaivén narrativo entre los dos hablantes de Pedro Páramo de Juan Rulfo, oscilando entre presente y pasado sin delimitaciones claras, o en La nave de los locos de Cristina Peri Rossi, que contiene dos relatos paralelos, el de la historia del exiliado Equis y las descripciones del Tapiz de la creación, y por supuesto, los escritos de Borges con toda su complejidad literaria.

Hay algo escondido entrelíneas en los textos que emplean este artificio en cuanto al propósito y las raíces de este último: lo que se vislumbra en estas prosas fracturadas son los atisbos de una identidad nebulosa e inestable que se enfrenta a un mundo aún más caótico. Este es el verdadero carácter de la latinoamericanidad: la falta de definición. El hecho de que estos textos se construyan en base a una narración que bordea en la incoherencia literaria se debe a que el sujeto latinoamericano es, en sí mismo, incoherente y contradictorio, por lo que la identidad latina no es una que pueda ser determinada como algo fijo; es una identidad arraigada en el mestizaje, lo que la hace inherentemente antiesencialista. Figurativamente hablando, no cabe en una entrada de diccionario, y su contextura se asemeja a la de un poema, dispersa, dislocada, y rara vez cohesiva.


obras digitales


refritos (2021)
hecho en twine con html, css, js y sugarcube.




nicotina (2019)
hecho en twine con html, css y sugarcube.

otros


videopoema de canonización apócrifa.
música improvisada por koe. edición propia.


videopoema de sacrilegio.
edición propia.

narrativa


1.

Era mi primo mayor. Era alto y de tez clara, o al menos más clara que el resto de nosotros. Su rostro estaba compuesto de facciones finas y ángulos agudos. Tenía los ojos pardos, almendrados, y siempre traía una sonrisa torcida, una leve tensión en la comisura de sus labios. Era una cara agradable a la vista, y no sé si fue eso, o su voz tranquila y pausada, pero en él busqué refugio del tedio de los días en el sur. Mis otros primos tenían caras toscas y miradas ásperas, y me trataban casi con desprecio. Él era diferente, cálido y afable, y no parecía tomar nada muy en serio.

La única vez que nos veíamos era en el campo, durante las vacaciones, cuando toda la familia se reunía en esa parcela vieja y polvorienta. Una tarde, cuando tenía trece años, salimos a comprar. El negocio más cercano estaba a un par de kilómetros, y mientras caminábamos, el sol desaparecía en el horizonte. Hablábamos de nada en particular mientras avanzábamos por el camino de tierra, el cielo rojizo sobre nuestras cabezas.

Ya estaba oscuro, cuando me interrumpió. Dijo algo, no recuerdo bien qué, pero me tomó las muñecas con fuerza, y me sonrió. No me moví, y él no me soltó.

Sólo nos veíamos en el campo. Siempre en el campo.

2.

Una vez, cuando tenía unos cinco o seis años, vi como mi tío degollaba una gallina. Tenía la camisa arremangada, y sus manos morenas no temblaban; sujetaba a la gallina por el cuello con una seguridad practicada, casi mecánica. La gallina aleteaba, desesperada, y mi tío le pisaba las patas mientras le cortaba la garganta con el cuchillo. Esa certeza me intrigaba, cómo le arrancaba la vida a algo de una forma tan casual, sin contemplaciones. Sólo tomó un segundo, y la cabeza cayó al en el suelo con un ruido sordo y un charco de sangre. El cuerpo seguía aleteando.

Esa noche no pude dormir. Todo lo que veía detrás de mis párpados era la gallina. Lo recordaba con una especie de horror fascinado, casi con morbo y me preguntaba si mis manos temblarían si alguna vez hiciera algo así.

3.

Nunca dije nada a nadie. Decirlo lo haría real, demasiado real, cuando no lo era. Era algo que existía en un espacio fuera del tiempo, fuera de todo, que quedaba atrás con la parcela y el polvo y las gallinas y los caminos de tierra, mientras los veía desaparecer en el espejo retrovisor desde el asiento trasero. Así era más fácil, podía moldearlo para que fuera otra cosa, algo dulce, y olvidar el sabor amargo que me dejaban sus besos. Y cuando el verano acababa, podía dejarlo atrás, y seguir con mi vida.
No era real, al menos no de la forma en que todos hubieran creído.

Así que guardé silencio, y creí quererlo. Nadie nunca me explicó lo que era el síndrome de Estocolmo.

4.

Después de que vi cómo mi tío decapitaba a la gallina, se me revolvía el estómago cada vez que nos servían sopa de pollo. Había algo inquietante al respecto, comer algo vivo y saber que estuvo vivo. Haberlo visto morir, y saber que murió de una forma tan indigna.

Comía de todas formas. Sabía que no me lo negarían si pidiera comer otra cosa; mi tía, la vegetariana, siempre preparaba ensalada de más. Pero nunca rechacé el plato. Sabía que de alguna manera estaba mal, se sentía casi como un sacrilegio, y eso me abría el apetito.

5.

Al llegar el verano, se me ataba un nudo en la garganta. Temía y ansiaba la visita al campo, la sonrisa torcida, la sopa de pollo, el polvo acumulado.

En la ciudad la vida avanzaba, había cambio, y movimiento. En el campo el tiempo estaba estático. Las manillas de los relojes giraban, pero nada cambiaba. El pelo de mi mamá cada vez tenía más canas, y a mi hermano le crecía barba, y mis zapatos empezaban a quedarme chicos, pero la parcela siempre era la misma, con las mismas sábanas ásperas y los mismos muebles viejos. Y mi primo siempre ahí.

Siempre me saludaba con un beso en la mejilla.

6.

Cuando yacía en el suelo frío, la tierra pegándoseme a la espalda por el sudor, no sentía nada. Quedaba en blanco, mi cuerpo lacio como una muñeca de trapo. Si abría los ojos, podía ver las estrellas. A veces inventaba constelaciones. A veces las contaba, veía qué tan alto podía contar antes de que todo acabara.

A veces, cerraba los ojos, y lo único que veía era la sangre, las manos con el cuchillo, y el cuerpo decapitado de la gallina todavía aleteando.

7.

El tercer verano que pasó, cuando cumplí 16, fui a ver de nuevo cómo mi tío degollaba a las gallinas. Le pregunté porqué el cuerpo seguía moviéndose después de que le cortaban la cabeza. Me dijo que no sabía.

Estaba por decapitar a una, cuando le pedí que me dejara tratar. Me miró con una ceja levantada, pero no dijo nada. Tomó a una gallina, y me enseñó cómo sujetarla. Me guió por el proceso, pero yo no escuchaba. Había revivido la muerte de esa gallina más veces de las que podía contar. Le pisé las patas, y le apreté el cuello hasta que mis nudillos se pusieron blancos, el cuchillo en la otra mano.

Respiré profundo. La gallina movía las alas, y yo apretaba el puño alrededor de su garganta, con miedo a que se escapara. Sentía el crujido de las patas cuando se quebraban bajo el peso de mi zapatilla.

El corte fue sucio y torpe, hubo más resistencia de lo que yo esperaba, y mis manos se salpicaron de sangre. La cabeza cayó, y la gallina aleteaba, pero ya estaba muerta.

La sopa del almuerzo fue la mejor comida que jamás haya probado.

8.

Ese día, me guardé el cuchillo en el polerón. Ni siquiera me molesté en limpiarlo.
Estábamos junto al río, yo con la espalda desnuda contra la tierra, y lo único que podía pensar era en la gallina en mis manos, y cómo le serruché el cuello hasta quitarle la vida.

Cuando quitó su peso, y quedó boca arriba junto a mí, jadeando como un perro, estiré la mano hasta encontrar el cuchillo, y mis manos no temblaron.


fanzines